Historias de la Biblia hebrea
LA RESPUESTA EN FUEGO DE LA ORACIÓN

Historia 77 – I Reyes 18:1-46
Después que Elías le había dado el mensaje del Señor al rey Acab, habían pasado tres años y durante todo ese tiempo, no había llovido en Israel. Los arroyos se habían secado, los manantiales no tenían agua, la tierra estaba seca y los campos no tenían cosechas. No había pasto para los animales y casi no había comida para la gente.

El rey Acab estaba en serios problemas; él sabía que Elías tenía el poder de traer la lluvia, pero no podía encontrarlo. El rey mandó a buscarlo por toda la tierra; le pidió a los reyes de otras naciones que lo buscaran en sus países. Tenía la esperanza que Elías se conmovería y oraría por la lluvia para sacarlos de la escasez de agua. En el tercer año cuando las cosas estaban peores, Acab mandó traer a Abdías, quien administraba su palacio y le hacía guardia junto a su trono. Él era un hombre bueno, trataba de hacer lo correcto y veneraba al Señor. La vez que la reina Jezabel trató de matar a todos los profetas del Señor, Abdías escondió a cien de ellos en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les dio de comer y cuidó de ellos.

Acab instruyó a Abdías: “Recorre todo el país en busca de fuentes y ríos. Tal vez encontremos pasto para mantener vivos a los caballos y mulas, y no perdamos nuestras bestias”. Abadías iba por su camino cuando Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se postró rostro en tierra y le preguntó: “Mi señor Elías, ¿de veras es usted?” Elías le respondió: “Sí, soy yo. Ve a decirle a tu amo que aquí estoy”. Y Abdías dijo: “¿Qué mal ha hecho este servidor suyo, para que usted me entregue a Acab y él me mate? Tan cierto como que vive el Señor su Dios, que no hay nación ni reino adonde mi amo no haya mandado a buscarlo. ¿Y ahora usted me ordena que vaya y le diga que usted está aquí? ¡Qué sé yo a dónde lo va a llevar el Espíritu del Señor cuando nos separemos! Si voy y le digo a Acab que usted está aquí, y luego él no lo encuentra, ¡me matará! Tenga usted en cuenta que yo he sido fiel al Señor desde mi juventud”. Y Elías dijo: “Tan cierto como que vive el Señor, te aseguro que hoy me presentaré ante Acab”.

Así Abdías fue a buscar a Acab y le informó de lo sucedido, y éste fue al encuentro de Elías y, cuando lo vio, le preguntó: “¿Eres tú el que le está causando problemas a Israel?” Elías respondió: “No soy yo quien le está causando problemas a Israel. Quienes se los causan son tú y tu familia, porque han abandonado los mandamientos del Señor y se han ido tras los baales. Ahora convoca a todo al pueblo, para que se reúnan en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Aserá que se sientan a la mesa de Jezabel”.

Acab hizo tal como Elías le dijo y trajo al monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. Elías se presentó ante el pueblo y dijo: “¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es Baal, síganlo a él”. El pueblo no dijo una sola palabra. Entonces Elías añadió: “Yo soy el único que ha quedado de los profetas del Señor; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Tráigannos dos bueyes. Que escojan ellos uno, y los descuarticen y pongan los pedazos sobre la leña, pero sin prenderle fuego. Yo prepararé el otro buey y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Entonces invocarán ellos el nombre de su dios, y yo invocaré el nombre del Señor, ¡El que responda con fuego, ése es el Dios verdadero!” Y todo el pueblo estuvo de acuerdo, y querían ver quién era el Dios verdadero.

Entonces los dos bueyes fueron destazados y los pusieron en el altar de Baal. Los profetas de Baal invocaron el nombre de su dios  diciendo: “¡Baal, respóndenos!” Pero no había ninguna respuesta, ninguna voz. Después de un rato los profetas se pusieron furiosos mientras daban brincos alrededor del altar y empezaron a cortarse con cuchillos y dagas hasta quedar bañados de sangre. Elías comenzó a burlarse de ellos: “¡Griten más fuerte! Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo!” Pero todo era en vano. Pasó el mediodía, y no pasaba nada. El altar tenía la ofrenda, pero no había fuego. Entonces Elías le dijo a todo el pueblo: “¡Acérquense!” Así lo hicieron. Como el altar del Señor estaba en ruinas, Elías lo reparó. Luego recogió doce piedras, una por cada tribu, y con las piedras construyó un altar en honor del Señor, y alrededor cavó una zanja en que cabía mucha agua. Colocó la leña, descuartizó el buey, puso los pedazos sobre le leña y dijo: “Llenen de agua cántaros, y vacíenlos sobre los holocaustos y la leña”.

El mar Mediterráneo estaba cerca, a la vista de la gente, y de ahí fue que llenaron cuatro cántaros de agua y la derramaron en el altar. Les pidió que lo repitieran dos veces más hasta que el holocausto y la leña estaban muy empapados, y las zanjas llenas de agua. Después, a la vista de todos, Elías el profeta se acercó y se paró junto del altar y oró: “Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios de Israel, y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiendo a ti su corazón!”

En ese momento cayó el fuego del Señor y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. Cuando todo el pueblo vio esto, se postró y exclamó: “¡El Señor es Dios, el Dios verdadero!”. Luego Elías les ordenó: “¡Agarren a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!” Atraparon a todos los cuatrocientos cincuenta y a orden de Elías, los bajaron al arroyo Quisón, y allí los ejecutó, porque hicieron que Israel pecara. El rey Acab estaba en el monte Carmelo y vio todo lo que había pasado. Y Elías le dijo: “Anda a tu casa, y come y bebe, porque ya se oye el ruido de un torrentoso aguacero”.

Acab se fue a comer y beber, pero Elías subió a la cumbre del Carmelo, se inclinó hasta el suelo y puso el rostro entre las rodillas, y dijo a su criado: “Ve y mira hacia el mar”. El criado fue y  miró, y dijo: “No se ve nada”. Siete veces le ordenó Elías que fuera a ver, y la séptima vez el criado le informó: “Desde el mar viene subiendo una nube. Es tan pequeña como una mano. Entonces Elías le ordenó: “Ve y dile a Acab: – Engancha el carro y vete antes de que la lluvia te detenga.” Las nubes fueron oscureciendo el cielo; y se desató una fuerte lluvia. Pero Acab se fue en su carro hacia Jezrel. Entonces el poder del Señor vino sobre Elías y se echó a correr y llegó a Jezrel antes que Acab. Así que, en un día el Señor Dios ganó una gran victoria, y el poder de Baal fue destruido.